A Memória (1) - Funes, El Memorioso (*)


René Magritte, "La Mémoire " (1945), óleo sobre tela, 45 X 54 cm.

René Magritte, La mémoire (1948) óleo sobre tela, 60x50 cm, colecção do estado belga.


A morte,o sonho, Orfeu, Narciso, o tempo, a memória temas obsessivos...

Começo uma série de posts à volta da memória, com um trecho de um conto de Borges pelo qual tenho uma grande veneração. O texto de Borges lembra-me o relato do psicólogo russo A.R.Luria sobre um paciente, dotado de uma capacidade mnésica prodigiosa, que o investigador moscovita observou, sistematicamente, ao longo de quase trinta anos, desde 1920. Existe uma tradução portuguesa da obra onde Luria descreve as suas observações. Intitula-se O Homem que Memorizava Tudo, (Lisboa, Relógio D'Água Editores, 2003).

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Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.


Jorge Luis Borges, "Funes, El Memorioso," in Artificios, (Madrid, Alianza Cien, 1995), pp.16-18.
(*)"larga metáfora del insomnio", Borges, ibidem, p.5

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